domingo, 28 de junio de 2009

In the aftermath



Me siento como Chihiro, ayer en Tokio hoy en Beijing. De viaje a través de la madriguera ¿dónde estará el conejo blanco?

Estoy en la oficina tratando de no guiñar los ojos por la luz cegadora que entra a través de los estores de la ofi. En Asia no hay persianas. Digo Asia porque al menos, en los países que aquí conozco, en ninguno hay persianas. A mí no me importa, estoy acostumbrada a dormir con la luz del día. Un placer para mí, una maldición para muchos. De repente he decidido entrar en mi blog, algo que llevo haciendo de vez en cuando en este último mes, para seguir contando, sin ningún afán de nada, expresarme y nada más, dirigido a quien me lea y le interese, sin necesidad de buscar baño de gentes ni repercusión alguna. Un mes sin blogger, así nos lo han hecho pasar nuestros queridos amigos por eso del cumpleaños de lo acontecido en una plaza en el centro de esta ciudad. No digo nada más, ahora escribo y cuento lo que me apetezca.
Vino mi madre y marchó, conoció mi vida en el hutong, compartimos caminatas eternas, compras en el supermercado chino, bailes con las abuelas del barrio, aventura en Shanghai, y sobre todo paz. La misma que ido perdiendo en el mes que se ha sucedido. Jornadas interminables de trabajo y tareas que se acumulaban en mi casa de la colmena. Y con todo y más he decidido que dejo de fumar. Siete días van ya, ni uno, ninguno. Todo así, de repente, por motivos imperantes y promesa personal, para mí y para otros. Lo voy a conseguir. Creo que si no lo había dejado antes era por miedo al sacrificio y pasarlo mal. Pero mira, la vida es dura y es sacrificio.

Con una sonrisa y nervios cero, la cosa sale mejor. Y se respira mejor también, a pesar de que hace una semana se alcanzaran niveles de alarma en mi querido Beijing. Mucho té y antioxidante. Volveré a España con el pelo blanco, vaticino desde hace ya. Desde mis 17 años en todas las peluquerías a las que fui (tampoco son tantas, nunca fui chica de peluquería y jamás usé un secador, he dicho) las peluqueras de pro (pelo frito y horquilla rosa en el flequillo) han insistido en el tinte o mechas. Harta estoy, aquí en Beijing también me lo mentan, pero no con intención de teñir, les extraña simplemente, es algo cultural, aquí rara vez se ven chinos con pelo blanco. En Japón por contra, todo japonés varón digno y elegante dejará sus canas poblar su cabeza según vayan apareciendo, si bien, en China el Grecian 2000 está a la orden del día. Incluso me preguntan si me lo he hecho yo por estética, porque sí, tiñéndome de blanco pelo a pelo. Si es que son majos estos chinos. Pues sí, me lo he hecho yo, acumulando bolas en el estómago que no he dejado salir hasta que por la noche pataleo y sueño que vuelo en parapente.

Hoy, después de seis meses, hice mis deberes de chino (ayer, en el vuelo desde Japón, mientras el avión se movía violento de lado a lado por las turbulencias). Mi profesor no ha cabido en sí de gozo. Y yo tampoco.

Finalizo con una historia de terror. Imaginemos que nos llama una china al móvil, sólo habla chino, claro, pero yo la entiendo. Es médico de un hospital del barrio donde vivo (porque por supuesto sabe donde vivo y con quién). Me dice que dónde estoy ahora mismo, que van a mandar a un doctor. Le pregunto porqué. Me dice que porque soy extranjera y hay un alto riesgo para la salud del pueblo chino. Saben que volví ayer de viaje de Japón. Me dice que me controle la fiebre durante siete días, a las nueve y a las dos de la tarde. Debo mandarles dos mensajes diarios con mi temperatura corporal. Durante una semana. Quizá vengan a por mí. Me preguntan por mi novio. Tantos miles de millones y al final tienen tan controladitos a todos. A mí por lo menos.

Y nada más. Ah sí...Que están enfermos, rotos. Los japoneseses, digo.