sábado, 10 de octubre de 2009

Dos años


Ya se terminó la fiesta nacional y aquí anda el pueblo sin saber qué hacer, bueno sí, la Expo de Shanghai, que ya dentro de poco toca. Esto es una carrera permanente a ningún lado, la de ellos digo. La mía sigue siendo un pedaleo en bici entre coches y motocarros, atravesando parques, megaconstrucciones comunistas, parques de abuelos que pasean a los pájaros, rascacielos hipermodernos, hutones cochambrosos y avenidas modelo. Esta ciudad, que lo tiene todo pero no tiene nada, que por mucho tiempo que pase jamás será acogedora. Las vidas están demasiado programadas, demasiado poco espacio tiempo para el ser. Y esos ojos que no ven nada, ese show de Truman al que muchos expatriados, se acogen y se acomodan. Y esos otros que lo critican todo.

El país, que se lo han cargado, no hay nada que hacer: tierras estériles, paisajes inverosímiles, por el horror de los mismos, el azulejo visto y el cemento, el campo que no es campo, tierra estéril, bosques inexistentes, cielo gris, aire irrespirable. Me cuesta tanto creer y entender…Así cada día, intentando acercarme a algo que se encuentra a diez mil años luz. El grupo, el individuo que no existe. Las órdenes y comandos, ningún hervidero de ideas. Y como en todo, nunca hay un todo, aunque formemos parte de lo mismo: algunos hay, que no son iguales.

Pasteles de luna, en el medio otoño, menos mal que aún queda el calendario lunar, el más fiel a la vida, la tradición, la agricultura, aunque mejor sería decir que son éstas las fieles al calendario, a las estaciones, los ciclos lunares, los solsticios y equinoccios, así las fiestas paganas se convierten en religiosas, sin embargo, el origen es el mismo, aquí y en todas partes. Conclusión, la unicidad del todo. Pero ninguno igual.

Así estaba yo, en Xiamen, a orillas del estrecho de Taiwán, tomando pastelitos de luna (yuebing), mirando a Catalina en el momento del año que más brilla.