martes, 13 de abril de 2010

Qingming en Anhui

La festividad de Qingming en es un poco como el Día de todos los Santos en España (también lo llaman Sha Mu, que significa barrer tumbas). A pesar de que la práctica de ritos tradicionales está prohibida por el Gobierno, la fiesta se mantiene para honrar a los antepasados, si bien, en teoría, no se permite hacer lo que muchos chinos siguen haciendo, más aún en los pueblos (lo hemos podido comprobar en nuestro viaje por los pueblos de Anhui). Existen varios días del año en los que los chinos se acuerdan de sus antepasados y les rinden toda clase de respetos y honores. Queman dinero, casas, ropa, todo de papel, para mandarlo a sus familiares en el más allá y que no les falte de nada. Por el pueblo de Hongcun, Xidi y Shexian, se podía ver a los abuelos quemando los papelitos en quemadores de bronce. Algo así parecido vi en Beijing en el mes de octubre (en el primer día del calendario lunar), cuando empezaba a hacer frío y en muchos cruces de caminos de la ciudad, en cada esquina, se veía a la gente quemar ropa de papel para enviar a sus familiares (tai leng le), eso me decían para explicarme que el invierno estaba llegando y sus familiares muertos tenían también que abrigarse. Los papeles se queman en un círculo dibujado el el suelo con agua, que no está completamente cerrado, para que así, los espíritus, puedan salir y entrar.

Entre otros capítulos interesantes de nuestro viaje a Anhui, la subida de cinco horas a la Montaña Amarilla es casi lo menos emocionante. Me quedo con los pueblos y las vidas duras, la China profunda y tosca, los viajes en carricoche hasta un pueblo horrible, con una zona amurallada algo más reseñable. Con unos estudiantes que nos invitan a su escuela. Los restaurantes con el plato del día bien fresco a la entrada del mismo: conejo, búho, serpiente, erizo, pavo, paloma, ranas. Uno al lado del otro, cada uno en su jaula o barreño, esperando a ser desollado o desplumado según toque y cocinado en un wok aderezado con guindilla y aceite de sésamo.

jueves, 1 de abril de 2010

Recuerda



Cada semana aprendiendo en el tú a tú con mi profesor de chino, en el choque cultural permanente con mis compañeros de oficina, herméticos ellos, paranoica yo, la cocina y la comida china, la ciencia del supermercado, la ciencia de las abuelas, el cineforum apasionante de cada noche. Alicia y el sombrerero loco, ochenta céntimos de euro, fila 10, centrados, en un sofá blanco mirando al sur, allá en un hutong del barrio de Dongcheng, que amenaza con ser derribado por órdenes del Gobierno, así para crear un terra mítica, con centros comerciales y compradores compulsivos.
¿Qué fue del Tívoli, el Benlliure o el Juan de Austria? Pocos cines ya en Madrid, ¿Dónde irán a parar las fregonas y barreños, las casas de ladrillo visto, sus vecinos, el ethos y el pathos del barrio? De la ciudad entera, esas viviendas llenas de cacharros, trastos, olor a aceite, orinales, coles gigantes, termos, tazas de latón. Desaparecerá, para mí y para todos, el barrio que rodea la campana y el tambor, el corazón de la ciudad. Se parará, y con él las vidas duras, la curiosidad de quienes quieren saber y conocer más. No hay marcha atrás, no hay tiempo para la melancolía, así dicen mis vecinos octogenarios, que montan en bici cada día para ir al mercado de verduras y traer a casa los puerros y el jengibre y la carne con gusanitos.
Un año diferente al pasado y éste al que antecede. Un fin de semana de genial tertulia con el embajador de un gran país, con un filósofo español (éste mi señor) y uno canadiense, una griega que al conocer mi nombre me agarra la mano fuerte al escuchar un nombre que le suena tanto a casa, a su casa, Aleceia, así me enseñó mi madre, verdadera significa...Almuerzo mágico en la residencia diplomática, construida en los años de la RDA, con su suelo de parqué y sofás de cuero, alfombras gigantes y paredes repletas, de cuadros, esculturas y vida. Un aroma tan familiar, el de la casa de mi tía en el Parque, baño en la piscina y merienda con tarta de fambruesas de la pastelería Húngara; tardes eternas hasta que se marcha el sol, hacia las ocho, cuando con el bañador todavía mojado, volvíamos la madre y las dos hijas a casa en el coche de mamá.

Y mientras aquí, paseos todas las semanas al 798, nuevos proyectos que desarrollar con mis dos cámaras a la espalda. Esperando repetir la gran experiencia del cuarto oscuro con la tenue luz roja.

Ayer olvidé todos mis apuntes de chino en un supermercado. Estoy al borde del colapso...