La festividad de Qingming en es un poco como el Día de todos los Santos en España (también lo llaman Sha Mu, que significa barrer tumbas). A pesar de que la práctica de ritos tradicionales está prohibida por el Gobierno, la fiesta se mantiene para honrar a los antepasados, si bien, en teoría, no se permite hacer lo que muchos chinos siguen haciendo, más aún en los pueblos (lo hemos podido comprobar en nuestro viaje por los pueblos de Anhui). Existen varios días del año en los que los chinos se acuerdan de sus antepasados y les rinden toda clase de respetos y honores. Queman dinero, casas, ropa, todo de papel, para mandarlo a sus familiares en el más allá y que no les falte de nada. Por el pueblo de Hongcun, Xidi y Shexian, se podía ver a los abuelos quemando los papelitos en quemadores de bronce. Algo así parecido vi en Beijing en el mes de octubre (en el primer día del calendario lunar), cuando empezaba a hacer frío y en muchos cruces de caminos de la ciudad, en cada esquina, se veía a la gente quemar ropa de papel para enviar a sus familiares (tai leng le), eso me decían para explicarme que el invierno estaba llegando y sus familiares muertos tenían también que abrigarse. Los papeles se queman en un círculo dibujado el el suelo con agua, que no está completamente cerrado, para que así, los espíritus, puedan salir y entrar.
Entre otros capítulos interesantes de nuestro viaje a Anhui, la subida de cinco horas a la Montaña Amarilla es casi lo menos emocionante. Me quedo con los pueblos y las vidas duras, la China profunda y tosca, los viajes en carricoche hasta un pueblo horrible, con una zona amurallada algo más reseñable. Con unos estudiantes que nos invitan a su escuela. Los restaurantes con el plato del día bien fresco a la entrada del mismo: conejo, búho, serpiente, erizo, pavo, paloma, ranas. Uno al lado del otro, cada uno en su jaula o barreño, esperando a ser desollado o desplumado según toque y cocinado en un wok aderezado con guindilla y aceite de sésamo.
Entre otros capítulos interesantes de nuestro viaje a Anhui, la subida de cinco horas a la Montaña Amarilla es casi lo menos emocionante. Me quedo con los pueblos y las vidas duras, la China profunda y tosca, los viajes en carricoche hasta un pueblo horrible, con una zona amurallada algo más reseñable. Con unos estudiantes que nos invitan a su escuela. Los restaurantes con el plato del día bien fresco a la entrada del mismo: conejo, búho, serpiente, erizo, pavo, paloma, ranas. Uno al lado del otro, cada uno en su jaula o barreño, esperando a ser desollado o desplumado según toque y cocinado en un wok aderezado con guindilla y aceite de sésamo.