Sábado de oficina para poder disfrutar de cuatro días seguidos de vacaciones después gracias al famoso Dragon Boat Festival.
Me quedo en Pekín al lado de mi progenitora, que como buena peregrina, viene una vez al año a China, así como hizo Sun Wukong viajando al oeste a India en busca de las escrituras budistas, mi madre vuela en British viajando al este a China en busca de su hija y nuevas experiencias. Porque cada año es un nuevo barrio, una nueva casa y unos vecinos cada vez más de pueblo. Del centro de Pekín, que ya quedan pocos, aquéllos que van en pijama a comprar tomates al camión de las verduras.
Me estoy haciendo mayor, no por las canas, que esas están desde mis 17, sino por la concepción del tiempo. El transcurso de un año ya no es un abismo, y los distintos ciclos pasan cada vez más rápido, pero siempre nuevos. Otra vez verano, las estaciones, los paseos nocturnos a la fresca, las vacaciones al mar, un coche viejo en Madrid de más de seis años ya, ¿es mucho?¿es poco? Esperaré unos cuantos años más y me parecerán muy pocos. Los amigos, de toda la vida, los últimos que tenemos, los que nos quedamos, los que elegimos, los que queremos. La poca vergüenza, el mayor desparpajo, la asunción de responsabilidades, las gestiones. La familia.
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