Comenzamos a hacer balance de estos insólitos tres años y pico en Beijing. Ahora que me marcho mi cabeza comienza a desarrollar un mecanismo de autodefensa que consiste en ver los aspectos negativos de mi amado odiado Pekín:
- Un atasco cada día peor: cinco millones de coches, y siete millones en 2015, según dice el Gobierno.
- La contaminación: el sábado alcanzamos nivel 5, en el que las autoridades sanitarias recomiendan no salir de casa. Nosotros, que estamos con las gestiones preparatorias del regreso, estuvimos casi todo el día en la calle. El domingo me dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar como si estuviera de resaca (hace un año que no fumo y tampoco bebo porque he desarrollado una alergia al alcohol un tanto siniestra).
- El transporte: el metro en hora punta está atestado, literalmente. A veces tengo que esperar hasta tres trenes para poder subir, a pesar de la labor de los empujadores.
- Los barrios tradicionales y la destrucción inminente: demasiados cambios para asimilar en una persona como yo que atesora cada detalle. Es too much for me.
Por otro lado, el amanecer en mi hutong en un día de sol no tiene precio. A pesar de las humedades, las alimañas nocturnas que duermen en mi patio, las alcantarillas a la puerta de casa rebosantes de noodles y desperdicios y todo tipo de incomodidades puntuales. Lo que más echaré de menos será mi vecindario de Gulou, el tendero que vive en un cuchitril con su mujer y bebé, siempre con una sonrisa; el que me arregla la bici, los perrillos pekineses del barrio, nuestro restaurante favorito de jiaozis, mi amigo Rui con quien hago los revelados en blanco y negro, el chino modernillo de la tienda de fotos, la música de Xin Kuzi (aunque los CD me los llevo)…
Y los buenísimos amigos, contados con los dedos de una mano.
- Un atasco cada día peor: cinco millones de coches, y siete millones en 2015, según dice el Gobierno.
- La contaminación: el sábado alcanzamos nivel 5, en el que las autoridades sanitarias recomiendan no salir de casa. Nosotros, que estamos con las gestiones preparatorias del regreso, estuvimos casi todo el día en la calle. El domingo me dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar como si estuviera de resaca (hace un año que no fumo y tampoco bebo porque he desarrollado una alergia al alcohol un tanto siniestra).
- El transporte: el metro en hora punta está atestado, literalmente. A veces tengo que esperar hasta tres trenes para poder subir, a pesar de la labor de los empujadores.
- Los barrios tradicionales y la destrucción inminente: demasiados cambios para asimilar en una persona como yo que atesora cada detalle. Es too much for me.
Por otro lado, el amanecer en mi hutong en un día de sol no tiene precio. A pesar de las humedades, las alimañas nocturnas que duermen en mi patio, las alcantarillas a la puerta de casa rebosantes de noodles y desperdicios y todo tipo de incomodidades puntuales. Lo que más echaré de menos será mi vecindario de Gulou, el tendero que vive en un cuchitril con su mujer y bebé, siempre con una sonrisa; el que me arregla la bici, los perrillos pekineses del barrio, nuestro restaurante favorito de jiaozis, mi amigo Rui con quien hago los revelados en blanco y negro, el chino modernillo de la tienda de fotos, la música de Xin Kuzi (aunque los CD me los llevo)…
Y los buenísimos amigos, contados con los dedos de una mano.
Y el aprendizaje constante que me deja el seso frito cada día.
Y el tofu apestoso y el huevo milenario.
Todo el mundo mira a China, pero yo no quiero seguir en la carrera. He decidido ir contracorriente. Cuando llegué no tenía objetivos, y ahora sé que se han cumplido.
Y el tofu apestoso y el huevo milenario.
Todo el mundo mira a China, pero yo no quiero seguir en la carrera. He decidido ir contracorriente. Cuando llegué no tenía objetivos, y ahora sé que se han cumplido.
Tengo suerte.
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