domingo, 12 de diciembre de 2010

Despedida y cierre


A las 9.30 de la mañana de este pasado sábado, un día azul, ventoso y arenoso, han venido diez chinos uniformados de rojo para recoger todos mis enseres y llevarlos a España. El proceso que tanto me aterraba desde hace casi un mes ha sido bastante indoloro y digamos que he casi disfrutado. Cada uno de los miembros del equipo tenía una tarea particular: el que se dedicaba a los detallitos, un hombre de tamaño pequeño que disfrutada envolviendo sartenes, figuras de cerámica y hasta unas sopas de sobre que había en el armario; el que cargaba los muebles, hombre corpulento y decidido, bastante basto a mi juicio, ha cogido mesas, sillas y cómodas, y al grito de "ahí voy" se abría paso entre sus congéneres camino a la calle; otro que se dedicaba a la ropa, cogía mi ropa interior a puñados y la envolvía en papel gordo; otros dos que estaban en el patio liándola parda haciendo cajas de cartón a medida para cada mueble; otros que estaban en un trasiego de ir y venir a la calle principal cargando las cajas hasta el camión; y el supervisor, la cara amiga que te da paz, quien en realidad estaba más tenso que yo, porque pensaba que íbamos a superar los 12 metros cúbicos que nos habían estimado.




Y yo misma, sentada en una silla shanghainesa oxidada de los años 50 terminando de leerme el libro de Soseki para que se lo pudieran llevar en la mudanza (y sí, lo he terminado, “Soy un gato”, gran libro que he disfrutado a cada segundo, libro con el que me he reído a carcajadas, obra genial, y en mi humilde opinión humor similar al de los escritores rusos pero en la época Meiji y en Japón, creo que por eso me ha gustado tanto). Ahí estaba, sobre una silla de la colgaba una nota que ponía “To move” lo cual significaba que de un momento a otro la levantarían y llevarían al camión. He hecho incluso bromas poniéndome yo otra pegatina en la frente para que me llevaran a ultramar también, ellos se reían. Y también se reían cuando han visto la cantidad de objetos chinos que quería llevar conmigo para España.




En realidad creo que les ha gustado que apreciara tanto las “chinadas” y lo rústico que era todo en mi hogar: dos sellos sobre piedra de jade, uno con mi nombre, otro con el de Darío y mío; un pez de madera, instrumento musical budista; un orinal de hojalata, dos barreños de hojalata pintados de colores; un termo gigante para el agua caliente; los míticos tres monos sabios (no veas, no escuches, no hables); un pez de jade, unas pinturas con letras chinas; unas marionetas de sombras chinas; dos cerdos de peluche vestidos de guardias revolucionarios; un jarrón de porcelana que compré en un anticuario; un trozo de teja que cogimos de las tumbas de las concubinas de la dinastía Qing, un espejo de la revolución cultural, varias fotos de la misma época, una cometa pequeña metida en una caja, un baúl antiguo chino pintado a mano, un mandil de la región de Guizhou, una vinagrera (la que usan aquí cada día para aliñar sus jiaozis o dumplings, o empanadillas hervidas como diría mi madre), y un largo etcétera.




Cuando se han marchado se ha quedado la casa vacía, hasta resonaba el eco cuando hablaba. Me he sentado en el sofá que puso la casera, a tomarme unos noodles instantáneos, que menos mal que junto con los tres sobres de aliño a base de glutamato y carne concentrada que vienen en la caja se incluye tenedor plegable de plástico, porque no han dejado ni un cubierto.De repente me he visto sorbiendo y haciendo el sonido clásico oriental al tomar tan rico plato. Y me he dado cuenta de que esta transformación en mi persona y modales suponía el clímax de mi estancia en China, y que ya me podía volver tranquila a la vieja Europa.




Mi espalda que tanto ha padecido en la última semana ha experimentado una mejoría considerable con la última caja que ha salido por la puerta, creo que he crecido dos centímetros de sopetón. Ser un caracol permanente con la casa a cuestas es doloroso, llevo tres años y tres mudanzas. A ver qué me toca en los años venideros, pero por lo pronto Madrid pinta una temporada. Me encuentro ahora en un café del barrio, he recogido mis últimos revelados y creo que esta noche me voy a aburrir en casa. No tengo DVD ni Internet, sólo tengo dos libros finitos cuya lectura intentaré alargar durante la semana que me queda por delante en la casa cueva. Rico aburrimiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo aún sigo aquí, esperando un renglon más...