Pekín es a Mutianyu como Madrid a la Pedriza.
Sábado por la mañana. Destino: "fin de semana en hotelillo al pie de la muralla en zona poco o nada transitada". Sensaciones: parece un fin de semana en Madrid en que una decide ir a Toledo o a Segovia a comer cochinillo. Ilusión máxima.
Jack Muralla (así se hace llamar el chófer de la furgo que nos ha llevado) nos ha deleitado con una conducción al más puro estilo rally del Jarama si bien en este caso no se sorteaban árboles sino bicicletas, perros y ovejas. Tras llegar al hotel, y pasar más de tres horas comiendo en el restaurante del mismo todo tipo de verduras chinescas, nuestro grupo de 13 aguerridos becarios españoles se ha dirigido a la muralla. Anochece. No queremos volver al hotel aún. Son las cinco de la tarde. Ea pues. Andamos por un camino hacia el pueblo, no llegamos, está muy lejos, no hay luz en las farolas, apagón. En la garita de entrada a la muralla una china pasa miedo con una vela como única luz. Nosotros pasamos más miedo aún al verla entre los cristales. Nos dice en chino algo que en español sonaría de la siguiente manera: " Cuando el cielo está negro no se puede hacer nada"...Esta frase curiosa surge en contestación a nuestra pregunta de si hay algo en el pueblo (bar, restaurante, karaoke, lo que sea..) para pasar el rato. Decidimos volver a nuestro hotel-hostal-casa rural. El cielo es una bóveda de estrellas, nunca vi tantas, ni en las noches de verano en la playa, ni desde la portada de mi amada Santa Cruz...Emoción.
Caminamos al son de lejanos ladridos de perros. Algunos quieren pensar que son lobos para dar más emoción al paseo. Una luz a un lado del camino, una casa de un chino, nada más alrededor. Sirven comidas, sirven cervezas. Entramos, pedimos y bebemos tímidamente en un saloncito en el que come un grupo de diez personas, unos chinos y otros filipinos (así nos lo hicieron saber). Cuando terminan de cenar encienden la tele de la sala y ponen un karaoke casero. No hay marcha atrás. Hemos firmado nuestra sentencia de muerte. Locos cantamos con ellos y bailamos como en la excursión del campamento. El dueño de la "casa, ahora bar" nos sirve cerveza y nos prepara empanadillas y tortas. Seis horas más tarde salimos del lugar. Menos luz aún.
Al llegar al hotel del Resplandor la gobernanta nos dice que estaban preocupados, que habían pensado en salir a buscarnos por los alrededores...No imagina la mujer qué podíamos haber estado haciendo con tantas horas de cielo negro que habían transcurrido.
Mañana siguiente, Jack Muralla nos espera para llevarnos a Mutianyu. Vistas, más muralla, más recorrido, un telesilla, un tobogán de bajada, un camello y un burro.
Domingo de regreso, sensación de agotamiento de campo, ese cansancio que sabe bien, que gusta. Regreso a la infancia, recuerdos de la vuelta a casa en coche con la radio retransmitiendo el partido de la semana, llegada al garaje, te despiertas, pero aún te haces el dormido para ver si te llevan en brazos. Qué felicidad.
Caminamos al son de lejanos ladridos de perros. Algunos quieren pensar que son lobos para dar más emoción al paseo. Una luz a un lado del camino, una casa de un chino, nada más alrededor. Sirven comidas, sirven cervezas. Entramos, pedimos y bebemos tímidamente en un saloncito en el que come un grupo de diez personas, unos chinos y otros filipinos (así nos lo hicieron saber). Cuando terminan de cenar encienden la tele de la sala y ponen un karaoke casero. No hay marcha atrás. Hemos firmado nuestra sentencia de muerte. Locos cantamos con ellos y bailamos como en la excursión del campamento. El dueño de la "casa, ahora bar" nos sirve cerveza y nos prepara empanadillas y tortas. Seis horas más tarde salimos del lugar. Menos luz aún.
Al llegar al hotel del Resplandor la gobernanta nos dice que estaban preocupados, que habían pensado en salir a buscarnos por los alrededores...No imagina la mujer qué podíamos haber estado haciendo con tantas horas de cielo negro que habían transcurrido.
Mañana siguiente, Jack Muralla nos espera para llevarnos a Mutianyu. Vistas, más muralla, más recorrido, un telesilla, un tobogán de bajada, un camello y un burro.
Domingo de regreso, sensación de agotamiento de campo, ese cansancio que sabe bien, que gusta. Regreso a la infancia, recuerdos de la vuelta a casa en coche con la radio retransmitiendo el partido de la semana, llegada al garaje, te despiertas, pero aún te haces el dormido para ver si te llevan en brazos. Qué felicidad.
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