Casi un mes desde la última misiva, masiva. Entre tanto idas y venidas por la China querida, de vez en cuando ya desesperante. Primero Shanghai, compra de billete la noche de antes, tras el foro inversor con visita de príncipe y consorte, mesas redondas de empresarios, paseo por Wangfujing y sus pinchitos, siesta en hotel con mi compi Alba.
Amanezco a las cinco de la mañana, Coloso, Tajose y yo directos al aeropuerto, a Shanghai que nos vamos, de fin de semana hiperactivo. Y así fue. Pudong y su skyline, un tren subterráneo sicodélico, la primera reunión del Partido, copas que doblan el precio de las de Pekín, rascacielos, concesión francesa. Los becarios de Shanghai nos acogen felices en su seno, cumple de mi alter ego inversor, María; paseo y pateo. Despedida. "¡Nos vemos la semana que viene en Pekín!" nos dicen, y así sucedió.
Fin de semana siguiente, nos visitan los shanghaineses, ahora voy yo, ahora vienes tú, tour por mi ya ciudad, cada vez más, paseos, descubrimientos, ¡el kilómetro cero! Y la puerta del Sol, ¿dónde está? Templo del cielo, repito, vale la pena. Cada día hay nueva magia al cruzar la puerta este.
Una de pato pequinés, fiesta del Alfa, paseo por los hutongs.
Una nueva semana, más chino, más caracteres, más frustración, ya no puedo más, mi capacidad de atención se merma...lo bueno es que siempre llega el día de inspiración, el del don de las lenguas, una sale de la academia optimista, feliz, sonriente, con más ganas que nunca de comer noodles.
Un nuevo plan: viaje a Datong, provincia de Shanxi, en tren. Seis horas por la noche, en literas, con los chinos, con los abrigos gordos. Mi elección estrella del YaShow (el mercado amigo) es un abrigo de plumas de pato canadiense. Soy Kenny, pero de momento no me han matado a pesar de que mi campo visual se haya reducido al 10%. En Datong hace frío, mucho frío, y el carbón ensucia las botas de "barbie se va a la montaña". El aire está sucio, la plaza llena de militares y de altavoces. Suenan canciones durante toda la mañana. Contratamos a unos conductores para ir a ver las cuevas de Yungang (más de 50 grutas, más de 50.000 esculturas budistas) y el Hanging Monastery del monte de HengShang (más de 1.500 años). Merece la pena. Mi amiga Pati ha venido conmigo. Y yo con ella.
El final: después de regresar en un tren en el que en las diversas paradas la gente entraba por las ventanas, al llegar a casa no teníamos luz.
Una nueva semana, ya casi a mitad. Hoy hubo kickboxing al estilo Manchú.
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