Mi vida durante los JJOO se limita a estreses absurdos por conseguir entradas que realmente no quiero y paseos por la ciudad por los rincones no olímpicos. Ayer conseguí escaparme de los americanos ansiados y pasear por un Pekín totalmente desconocido para mí. De nuevo la sensación de no controlar nada, de estar en un lugar hostil, sentir las miradas sobre mí, a veces amables, otras curiosas.
Más allá del barrio musulmán y su mezquita, se encuentra uno de los templos budistas más antiguos de Pekín. La estructura, como todos los templos chinos, parece un poco el origen del famoso templo de los lamas: las torres de la campana y del tambor, una a cada lado de la entrada, un primer altar y un primer buda, en los extremos los pasillos con otras salas de oración, siguiendo la línea recta central se suceden los templos con estatuas y sutras (por cierto, de los más antiguos de China), para terminar en un edificio de mayor tamaño, con un buda tumbado tallado en madera. Flores de loto y árboles. Y nadie más. Y nada más.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario