En Beijing el asunto de la recogida de basuras ha sido siempre un misterio para mí.
Más que la recogida, que sé cómo se lleva a cabo y más adelante explicaré, lo que me inquietaba era dónde y cómo se deshacían de los desechos. Aquí no hay camiones de basura.
Vivir en Douban hutong me ha acercado mucho al modo de vivir chino, a conocer el día a día de un chino medio pekinés. En Douban me siento como en un pueblo: todos los abuelos se sientan a tomar el aire cuando cae la noche, juegan al Majiang y pasean a sus perros. Se sientan en unas sillas que no levantan más de veinte centímetros del suelo y ven a la gente pasar. Dentro del recinto donde se encuentra mi casa (el número dos, que comprende doce bloques de casas, de veintitrés pisos cada una) hay plantas descuidadas y unos bajos donde se juega al pingpong - los señores- o se baila con abanicos - las señoras-.
Protagonistas son también los cubos de basura. Rebosantes durante todo el día, sólo tienen un respiro a las ocho de la mañana, cuando mi querido amigo el basurero (todos los días me saluda y me avisa - casi incrimina- si llego tarde al trabajo) se ocupa de vacíar los contenedores con una pala.
Y de la pala al carrito tirado por la bici. No quiero ni contar cuántos viajes tiene que hacer para deshacerse de tanta mierda.
Pero mira, si lo comparamos con London ni tan mal, que me acuerdo yo que allí por Kensington Court sólo se hacía recogida de basuras una vez a la semana. Años después, cuando viví en Bayswater creo que la frecuencia había ascendido a dos/tres veces semanales. Ahora no lo sé.
Y de la bici al agujero de nunca jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario