La vuelta, sentir el desarraigo, qué difícil volver, con la ilusión que tenía y lo que me está costando adaptarme. No encuentro los interruptores de mi casa, institivamente toqueteo la pared dos palmos más arriba de donde se encuentra el botón de la luz, estoy acostumbrada a las paredes de Pekín y a sus interruptores altos. Y así con todo.
Me cuesta salir de casa, más de lo que esperaba, con lo bonito que está Madrid. Al lado de Monte Esquinza han puesto un árbol de Navidad de color rosa. Qué más podría pedir.
Mis abuelos, tíos y primos, mi madre y mi hermana. Eso sí que me ha gustado, verles y hablar con ellos, ser bienvenida.
Durante 15 meses no he estado enferma y ahora resulta que al llegar a mi ciudad mi cuerpo me lo agradece con un dolor de garganta del demonio y toses varias. Yo creo que hay demasiado oxígeno aquí y me sienta mal.
Estaba acostumbrada a cruzar ocho carriles nada más salir de mi casa de Pekín. De pronto, en el camino en coche del aeropuerto a casa me di cuenta de que la calle Serrano es estrecha estrecha, los edificios en ambas aceras se acercan unos a otros, formando una bóveda casi cerrada que tapa el cielo. Y la Castellana, cuánto árbol y qué pequeña, mucho más de cómo la recordaba.
Me asomo a la ventana y veo el Fénix, justo antes de emprender alto el vuelo. Allí, justo bajo el Ave Fénix donde un día de 2007 desayuné cinco cafés e hice el repaso a una vida. Bueno a dos. Se encontraron y decidieron seguir juntas de la mano.
Creo que me voy a dar un paseo que ha salido el sol y los gorriones están cantando.
En Pekín no hay gorriones.
Feliz 2009, feliz todo. Que cada uno se tome el año como mejor pueda. Seguir aprendiendo, creciendo, viviendo, queriendo, dando, luchando, esperando, amando bien, sobre todo eso. Bien.
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