lunes, 10 de noviembre de 2008

Nieblas y frío

Mi pequeña y gran amiga Lu ya está aquí, conmigo, con sus paseos locos en bici y nuestras partidas de cartas absurdas. El pasado domingo viajamos ella, Darius y yo a Chengde, pueblo a unos 250 km. de Pekín. Se tardan de cuatro a siete horas en tren, y unas cinco horas en autobús. Conclusión: vayamos en tren, y regresemos en bus. Conclusión: es como ir y volver en el día a Barcelona desde Madrid. Ea, cosas que nunca se harían allá en el homeland, hoy las hago sin cesar en mi nuevo destino. Bueno, ya no tan nuevo.

Chengde tiene templos tibetanos que rodean el parque de descanso y de caza de los emperadores de la dinastía Qing, allí vivió Cixi, la primero concubina y después madre del siguiente y cuasi último emperador (antes de Puyi habría aún dos más). Una mujer que siempre me interesó, mala, buena, loca, si bien las grandezas del Palacio de Verano y su gran barco de piedra se deben a esta mujer. Etapa convulsa de la historia de China, la pérdida de los puertos comerciales ante Europa, la firma de tratados humillantes que cedían el terreno a ingleses, alemanes y franceses. El levantamiento de los bóxers. Véase Tianjin, hoy ciudad industrial terrible que sin embargo aún conserva rincones que bien pueden recordar a London (exagero lo sé, pero es demasiado tiempo lejos de casa).

Las horas pasan y los días también, me encuentro en un estado de desidia laboral que veo difícil de superar. Ya no me queda nada en el convento, un mes y medio, madre mía. Seamos valientes, hay que salir del huevo y en eso estamos, creciendo y viviendo, la vida es corta, no es para andar preocupada por banalidades, dineros, tipos de cambio y demás. Lo importante lo tengo. Ahora queda cuidarlo y mantenerlo, qué fácil es cuando es fácil.

De pronto me ha asaltado un pensamiento: la convicción de que aquí en China los abuelos son más felices que en ningún otro lugar del mundo, son respetados, salen a la calle, se juntan en los parques, juegan, hablan, van con sus nietos de paseo, sonríen. Sobre todo eso, sonríen.
Darío y yo hemos decidido por ello volver en nuestra edad dorada a este gran país para jubilarnos (jubilación de no sé qué trabajo de momento, pero alguno llegará). Pues eso, para jubilarnos y mientras, volar cometas, cotillear con otros abuelos y andar pasito a pasito con pijama y pantuflas por la calle. Si con suerte podemos tener un carricoche chino entonces él conducirá y yo iré atrás sentada de espaldas a él mirando de frente a los coches. ¿Quedará alguna bici en Beijing dentro de cincuenta años?


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